Acerca de la Esperanza

Por Fermín Gassol

“La estatura moral y espiritual del hombre se puede medir por aquello que espera”. Benedicto XVI.

Esperanza es la palabra que más estamos escuchando o pronunciando en estos días tan difíciles en que nos encontramos. Y es que la esperanza es un deseo oxigenante de todo ser humano para superar momentos de preocupación, temor, alienación material, síquica o anímica, una actitud siempre referida a la posibilidad de alcanzar algo más o menos difícil pero deseable; sin ella, sin la necesidad de abrazarse a alguna esperanza por pequeña que sea, la persona acaba convirtiendo su existencia en aceptado fracaso, en bucle permanente, cuando no cayendo en la depresión de aquél que se siente predestinado. Alguna esperanza digo, que haberlas las hay y muchas, diría que tantas como deseos esconde el corazón. Esperanzas de diferente dimensión, cercanas o lejanas en el tiempo, posibles o imposibles para el hombre que todo depende de la trascendencia de aquello que desea alcanzar.

Estamos inmersos en días de incertidumbre cuando no de sufrimiento y dolor; momentos recios, serios, duros, muy duros, preocupantes, peligrosos, inhóspitos, inseguros, impredecibles, inimaginables que no parecen tener un inminente final. Una pandemia que ha secuestrado y expropiado el futuro donde habíamos depositado nuestros propios planes, apuestas y esperanzas, que la esperanza es precisamente eso, caminar hacia un futuro nuevo que posibilite vivir y disfrutar de un mundo mejor.

Este virus ha hecho que ese futuro nos invite a replantearnos muchas cosas, a practicar un lenguaje más primario, creíamos que superado, con preguntas que resultaban inconcebibles hace poco. ¿Cómo será la vida a partir de ahora? ¿Cuándo podremos besarnos y abrazarnos sin ningún miedo a contagiar o contagiarnos? ¿Cuándo podremos reunirnos con nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros nietos, tomarnos con los amigos unas cañas o ir de cena como hacíamos? ¿Cuándo podremos volver a acompañar a los enfermos en sus últimos momentos? ¿Cuándo podremos reunirnos en torno a una mesa para brindar por lo que somos y tenemos? Preguntas hechas desde una situación de penuria en las que la esperanza se convierte en la única respuesta. Una respuesta que no resulta posterior a estas y otras muchas preguntas sino que es la base que ya desde el principio les da sentido.

“La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos esos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra: ¿tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad, no merecería en absoluto la pena de ser vivida”. Víctor Frankl, prisionero superviviente de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau.

Y es que existe otra esperanza que no es probabilidad sino certeza, aquella que hunde sus raíces en nuestro origen y alcanza su final más allá de este tejado que delimita nuestras vidas: la Esperanza cristiana, tan cierta como difícil, reservada para momentos límite aquellos sin un asidero humano donde agarrarse.

La Esperanza cristiana cobra vida, esta presente hoy en los hospitales, en aquellos enfermos que conscientes, saben que van a morir solos sin un beso o una mano que coger, donde lo absurdo se apodera de la razón, donde el saber humano ya no llega, donde solo queda Dios.

Sin embargo la Esperanza cristiana se encuentra también en la vida cotidiana como virtud testimonial; es por la que apuestan en nombre de Jesús esos hombres y mujeres que hacen de sus vidas una permanente entrega a situaciones de fracaso humano, drogadictos, enfermos terminales, discapacitados, situaciones humanamente irreversibles en las que esa esperanza se transforma en un pequeño anticipo del cielo. Una Esperanza vivida no como probabilidad, sino desde la certeza que da la Fe en Jesús Resucitado.